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Un viaje de la cama a la cocina


Viajar cuando no se puede viajar

Moverse no solía costarle tanto. ¿Será el mes? ¿El día? ¿El año? Hace no tanto hasta llegó a estar del otro lado del mundo. Hoy parece un acto de otra vida. Abrir los ojos en las mañanas le resulta pesadísimo. Pero hay que abrirlos para que entre el sol, la luz, el aire, la vida… O al menos eso se repite a ella misma en un intento desesperado para no dejar los ojos cerrados todo el día.

Después de los ojos, siguen los pies. Primero el izquierdo y luego el otro. La complejidad de algo tan simple como quitarse la pijama, la abruma. Y ni hablar de la misión, casi imposible, de convencer a sus pies de escalar la montaña que separa el piso normal del piso de la regadera.

Preparar el café no parece costarle tanto. Casi nada. La jarrita negra le da la excusa perfecta para no moverse durante una hora. Ella tiene como regla de vida no mandar mensajes ni tomar decisiones antes del primer café de la mañana. Se queda quieta con la taza caliente en la mano hasta que se enfría y es el único momento en donde la inmovilidad no le causa culpa.

Que esto fuera la vida, tomar café en las mañanas y solo eso. Pero ella sabe que el tiempo exige movimiento. La vida quiere que ella se pare del sillón, que haga ejercicio, que se vista con algo que la haga sentir linda, que lea libros, que aprenda a cocinar, que barra el piso… pero sobre todo, la vida quiere que escriba. Maldita la hora en la que el ser humano decidió que las palabras se podían escribir. Escribir exige movimiento y ella no se quiere mover. Cada día le resulta más difícil mover los dedos entre una letra y otra. Una opción sería escribir solo un par de palabras cortas al día. Como sol o sal, esas palabras son bonitas.

Cada día ella cede más a la inmovilidad. Hay algo en quedarse quieta que le gusta. Ya casi no sale del cuarto y al café le dedica toda la mañana. Sus dedos cambiaron el oficio de escribir por el de prender la tele y a ella parece no importarle. Hasta lo prefiere. Solo un problema, un detalle que la incomoda: el polvo. Primero se instaló en las superficie de las cosas pero hoy que abrió los ojos, estaba por todos lados. Durante la noche creció como la nieve que nadie quita, lo tiene en el pelo, entre las sábanas, la puerta ya ni siquiera abre porque el polvo acumulado no lo permite (¡es una montaña enorme!), no puede girar en su propia cama porque una montaña de polvo duerme junto a ella.

En su taza ya no hay café así que toma polvo mientras lee lo último que escribió: sal al sol.

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