Era una tarde nublada y fría (leer en tono dramático, por favor) cuando me dijeron que ya no trabajaría en una oficina de 8 a 5 de la tarde, todos los días excepto fines de semana.
–Es complicado. Las cosas ya no son como eran... No eres tú, es el país. Estamos seguros de que puedes encontrar algo mejor.
Y así, sin mucho tacto, el director de recursos humanos al que nunca había visto en mi vida, me rompió el corazón. Y ahí, en esa oficina, fue cuando lo sentí por primera vez.
El sentimiento empezó en mi boca pero me lo tragué (cordura ante todo). Era una frase que quería salir a gritos: ¡a la mierda!
Como en su lugar sólo dije gracias y con permiso, la frase que mandaba todos y a todo al demonio (incluida mi imagen de mujer prudente, amable y responsable) cayó como piedra a mi estómago y las palabras dejaron de ser palabras y se convirtieron en ganas. Ganas de vengarme. Vengarme del director de recursos humanos que me dijo que no era para tanto, de los CEO's por preferir correr a la gente para seguir ganando millones, de los que no corrieron porque sonríen más en la mañana y son tolerantes a la frustración, de mis amigos con trabajo que querían ir a cenar a lugares caros, de mi ex novio que publicó en LinkedIn que ya era director de no sé qué chingados y básicamente de todos con los que fui a la universidad, a la prepa y a la primaria que dejan saber en Facebook lo feliz que son. Vaya, incluso me quería vengar de mi papá por decirme "tranquila, hija, todo saldrá bien" (claro, él a los sesenta ya se encontró en la vida). Pero sobre todo, me quería vengar de mí por permitir que ese personaje en esa oficina me rompiera todo mi lindo esquema y panorama de lo que significa vivir bien. Yo solita me conté el cuento (todas las mañanas que sonaba el despertador) que vivir así, parándome a la misma hora y yendo a un trabajo a sentarme enfrente de una computadora por ocho horas con un break de una hora para comer comida que no me gustaba pero que no era tan cara para poder tener dinero para ir a esos lugares caros con mis amigos (in-ha-len-ex-ha-len) era la única forma de "vivir bien". Y pues no.
Esta es la historia de cómo nació una venganza que le quiere dar la vuelta al mundo.
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