La sensación de estar en una isla alejada de todo y de todos (hasta del continente) es una de las sensaciones que más me gustan. Para llegar a las Islas Galápagos hay que volar a Quito o a Guayaquil y de ahí tomar otro avión de dos horas a una de las dos islas que cuentan con aeropuerto: Baltra o San Cristóbal. Yo elegí la primera; algo en el nombre….
Desde que aterrizas, sabes que no estás en un lugar cualquiera. El aeropuerto está en la Isla de Baltra, pero lo primero que tienes que hacer al llegar, es subirte en un camión que te lleva a una lancha que te cruza a la isla de Santa Cruz, a Puerto Ayora. Es decir, hay que volar para cambiar de país, volar para alejarse del continente y navegar en dirección a la isla correcta. ¿Llamadas de trabajo? Beach please! Lograr escribir “mamá, ya llegué” en WhatsApp puede tomarte horas. Así que si el objetivo es desconectarte, estás en el lugar correcto. Y si no, pues relájate porque no hay vuelta atrás.
Antes de entrar de lleno a la historia de amor y a las recomendaciones para que el desenlace no sea tan triste, es importante que explique algunas cosas:
Las Islas Galápagos son parte de Ecuador por lo cual, la chela te la cobrarán en dólares. Es decir, es un destino caro. A pesar de esto, llámenme necia, mi objetivo era conocer este paraíso sin necesidad de quedar en bancarrota (spoiler alert: sí se puede).
La forma más común de conocer las islas es en cruceros. Pero, aunque abarcas menos terreno, yo quise hacer de las islas mi hogar. Así que dormí en tierra firme y descubrí que puedes hacer Island hopping sin ningún problema (y es más barato que el crucero).
Dicho lo anterior, entremos de lleno en Modo Isla.
En las islas, la vida es más tranquila y el amor es más bonito. Hay tiempo de sobra para relajarte, sorprenderte y echarte una cerveza acompañada de una langosta. Tomando esto en consideración, lo primero que hice fue lanzarme al puerto Villamil en la isla Isabela. A pesar de ser la isla más grande (4,640 kilómetros cuadrados) es una de las más jóvenes, la zona habitada es mucho más chica que Puerto Ayora y, a mi gusto, es más bonita (shhhh). Todos los días salen las embarcaciones de Puerto Ayora con dirección a Puerto Villamil.
ISABELA, te quiero.
Día 1
Me quedé en un hotelito en el pueblo, el mar siempre está cerca y la langosta también. El plan más bonito es rentar una bicicleta e irte a la Reserva Natural Galápagos, más específicamente: al Muro de las Lágrimas. –Antes, Isabela era la isla a donde mandaban a los criminales y a los presos políticos para que el continente no tuviera que ocuparse de ellos. Los obligaban a poner piedra sobre piedra durante años bajo el sol y dicen que ni el hombre más rudo, podía evitar llorar. Hoy, el panorama es distinto y el muro se mantiene como homenaje con el objetivo de no olvidar a los hombres que ahí lloraron– Pedaleas por media hora con el mar de fondo hasta llegar a la entrada de la reserva natural. Acá el chiste es llegar hasta el muro y de regreso parar en todas las cosas que hay que hacer: playas, pozas y un mirador. El último trecho es el camino de las tortugas, así que se vale bajar la velocidad para detectar a estos dinosaurios que parecen piedras gigantes. Verlas en estado de libertad es una de esas cosas que cambian la vida (imaginen a Julia Roberts y su encuentro con el elefante en Eat Pray Love pero por multipliquen por cincuenta porque esto no es una película).
De regreso, y aprovechando que el mar está ahí juntito, que tienes una bici y que tus horas son otra vez tuyas, nada cual sirena el tiempo que consideres necesario y llénate del número exacto de olas para olvidar todas las veces que un adiós te hizo llorar. Entre la espuma y el mar, tú otra vez.
Día 2
Al otro extremo de la isla, en un rincón al que solo se puede llegar en barco, se encuentra un paraíso conocido como Cabo Rosa o Los Túneles. Isabela –como todas las islas que conforman Galápagos– es de origen volcánico y gracias a su juventud (es de las islas más jóvenes en el mundo) puedes disfrutar de este paraíso: un conjunto de túneles naturales formados por roca volcánica por el que navegan tortugas marinas, rayas, tintoreras, caballitos de mar y un sin fin de peces de colores. En la superficie, puedes ver a las aves con las patas más lindas de todo el mundo (y no estoy exagerando): Piqueros Patas Azules. Ponte tu traje de baño, el neopreno y harto protector solar biodegradable (por favorcito). Si eres –como yo– de los que cree que el neopreno es solo pa los que no aguantan el agua muy fría, lamento decirte que estás muy equivocada. Acá abunda una mosca jijadeputa que pica cual mosco y arde. El neopreno puede salvarte de ella (si eres necia y aun así no lo rentas, llévate una camiseta de más porque te juro que la vas a necesitar.
Consejo de amor: en la última casa rosa del pueblo, en dirección al Muro de las Lágrimas, se encuentra el mejor rincón para echar la chela y ver atardeceres, su nombre es Caleta Iguana.
Día 3
Caminar por volcanes, es y será una de mis actividades favoritas. Y en Isabela, el Volcán Sierra Negra es el escenario perfecto para esta experiencia. No es un volcán elevado (1124 metros), es decir que la caminata es sencilla y es difícil apreciar la forma de volcán tradicional (ese triángulo que dibujamos de chiquitos). Pero cuando veas la caldera (la boca del volcán) no te quedará duda de donde estás parada (es una de los más grandes del mundo). Su última explosión fue en 2005 y todavía se puede ver el camino que recorrió la lava. De regreso al puerto, puedes parar en la Cueva de Sucre, un túnel de lava natural en donde puedes apreciar las entrañas de la isla. No todo lo que brilla es oro.
SANTA CRUZ, ¿te veré otra vez?
Día 4
Lánzate lo más temprano que puedas a Las Grietas para que puedas tenerlas para ti solita. Entre más tarde vayas, más lleno. Un taxi/lancha te lleva por un dólar al lado correcto de la isla para que inicies la caminata. De regreso, come pescado y bebe cerveza. No olvides visitar el mercado en donde verás a los leones marinos tratando de robar el pescado fresco. Por la tarde, visita el Centro de Crianza Charles Darwin se encuentra en el centro de la isla y es muy fácil llegar caminando. Acá es un recorrido por la mente de Darwin y de su propia historia de amor por las islas y por las tortugas. Podrás ver distintas especies (cada isla tiene la suya) y entender sus diferencias evolutivas. La cereza del pastel es ver a Lonesome George (el Solitario Jorge): el último espécimen de la Isla de Pinta que murió sin dejar descendientes y que fue embalsamado para que todos los visitantes puedan observarlo.
Día 5
A veinte minutos del centro –suena fácil pero el sol tiene sus formas para complicar tus planes– se encuentra un paraíso para las iguanas marinas de Santa Cruz: Tortuga Bay. Una playa increíblemente hermosa y enorme en donde las personas tienen prohibido nadar (casi) con el objetivo de preservar la fauna del lugar. Hay una playita más chica en donde te puedes sumergir y con suerte, nadar con tintoreras y hasta con tiburones tigre. Lleva mucha agua y provisiones porque una vez dentro, no hay nada (esto de los puestitos no aplica en esta esquina del mundo).
Día 5
Island hopping! Desde Santa Cruz salen las embarcaciones para visitar distintas islas no habitadas y a las que solo puedes ir de ida y vuelta. Es decir, una isla distinta cada día para las que tengan el tiempo y el presupuesto. Mi recomendación, para las que no puedan ver todo porque la vida es triste e injusta, es ir a la isla de Bartolomé para observar a los pingüinos galápagos. ¿Necesitas más razones que la palabra pingüinos?
Día 6
Adiós, olas. Navegar al aeropuerto, volar al continente y tomar otro vuelo a casa, no es camino suficiente para olvidar a cierto amor de nombre Isabela. Hoy, en otra esquina del mundo, sigo pensando en los atardeceres que pasamos juntas. Pero así es esto de viajar, pedazos de ti se quedan entre las olas, escondidos entre piedras y entre los tragos de cervezas extranjeras que te salvan del calor.
Cómo llegué
Volé de México a Guayaquil con escala en Bogotá y de Guayaquil a Baltra con Avianca.