Creo que la única razón por la que no estudié Biología Marina fue porque me dijeron que el mar estaba muy lejos. Al parecer, cambiar de espacios era algo que yo no podía hacer. Hoy, recordando esa historia desde una cascada lejos –muy lejos– de mi casa, me frustra: cambiar de espacios es viajar y viajar es algo que podría hacer todos los días.
Espacio 1: El Aguacero
La cascada en la que estoy se llama El Aguacero y está en Chiapas (un espacio que por nacimiento, no me pertenece). El Aguacero nace en El Encanto, una cueva por donde pasa un río subterráneo que da vida a una serie de cascadas que caen de forma escalonada. Fuera blusa, fuera zapatos… nadar en cascadas es una de las cosas que más me gusta hacer y, como no hay cascadas en la Ciudad de México (el espacio que dijeron que sí era el mío), yo soy la que tiene que ir a ellas. La ciudad, aunque es muy mía, me cansa con su concreto.
La travesía inició en Tuxtla con Ecoexperiencias. Tuxtla es una ciudad que, comúnmente, los que quieren conocer este Estado, se saltan para llegar directamente a San Cristóbal de las Casas (San Cris, para los que ya le tenemos cariño), pero como este viaje se trata de encontrar nuevos espacios, decidí quedarme y conocer un poco lo que los alrededores de esta ciudad tienen que ofrecer. La cascada de El Aguacero era solo el inicio…
Espacio 2: La Sima de las Cotorras
La Tierra tiene puertas de entrada que permiten que la conozcamos más profundamente. La Sima de las Cotorras es una de ellas: un fisura en la Tierra con una profundidad de casi 140 metros y un diámetro de 160 metros. En su interior, una selva con árboles de más de 30 metros de altura, cientos de cotorras y pinturas rupestres. Gracias al sol, a la ubicación y al espacio en sí mismo, dichas pinturas se encuentran en excelentes condiciones. Las que mejor se pueden apreciar son unas manos de ocre rojo que me hacen suponer que los que habitaban este lugar hace miles de años, los Zoques, eran escaladores de primera.
Hay dos formas de conocer este espacio: desde el cielo y desde el interior. Sintiéndome un poco como Amelia Earhart, me embarqué en un avión ultraligero que me llevó a ver la Sima como las propias cotorras la ven: desde las nubes. Hay algo en ver a la Tierra con ojos de pájaro que me encanta (lo siento por mi sueño de ser bióloga marina, pero tal vez lo mío en realidad era ser piloto).
Una vez que mis pies volvieron a tocar el piso, me fui, ahora sí, a las profundidades de la Tierra: en La Sima de las Cotorras se puede hacer rapel. La opción uno es descender los 140 metros y luego escalar para salir y la opción dos es bajar a la mitad y de ahí tomar una vía ferrata que te lleva a caminar por el contorno de este abismo. Yo me fui por la segunda opción porque tenía prisa y hambre, pero si tienen tiempo y fuerzas, vayan hasta el fondo y admiren la vista hacía arriba.
Espacio 3: Un bosque de niebla
Chiapas es uno de los Estados más diversos de México y uno de los lugares con mayor biodiversidad del mundo. Es un paraíso para los amantes del color verde y del olor a tierra mojada. En la Sierra Madre de Chiapas encontré un hospedaje de millones de estrellas: un campamento en la Finca Nueva Linda en la Reserva de la Biosfera El Triunfo. Sin internet, sin celular y sin mensajes de tu jefe (ni de tu ex) los colores de la selva se hacen más brillantes, las cascadas aparecen por doquier y cientos de mariposas revolotean por tu cabeza. Parece una escena sacada de un cuento, aunque en los cuentos normalmente omiten el ataque de los mosquitos, pero bueno, un viaje salvaje por una zona poco tocada por el hombre siempre incluirá uno o dos piquetes (en mi caso fueron 87 pero ¿quién está contando?).
Aquí los días empiezan con café de la Finca Nueva Linda, caminatas por los alrededores en búsqueda de cascadas y del canto del Quetzal (un ave de color verde tornasol y pecho rojo cuyo cuerpo mide 40 centímetros de altura y su cola otros 40), carne asada, fogatas y copas de vino. También te ofrecen un recorrido por la finca y degustación de café. Sin duda, la ciudad puede esperar.
Espacio 4: El mar
Soy fiel creyente de que el mar es bueno para la salud (la del cuerpo y la de adentro), y más si es una costa completamente virgen en donde las tortugas llegan libremente a desovar. En la Reserva de la Biosfera La Encrucijada, me embarqué en un recorrido por los manglares para llegar a un hotel secreto en el Pacifico Chiapaneco: Itaca. Un hospedaje de lujo con vista al mar. Aquí tienes todo para sentirte en casa: cocina, cabañita y alberca. Por la noche hicimos una fogata en la playa y una tortuga enorme salió del mar y se acercó a nosotros. ¿Quién dijo que la magia no existe?
Espacio 5: Una taza de café en la Finca Argovia
A veces los espacios perfectos tienen sabores y Chiapas sabe a café. Pero el de la Finca Argovia es de los más ricos. A faldas del volcán Tacaná, casi en la frontera con Guatemala (mi celular a veces creía estar más allá que acá), se esconde este espacio de ensueño: una finca cafetalera que cultiva orquídeas, anturios, heliconias y hasta bambú. Todo lo que se siembra en está tierra está pensado para ser aprovechado y para cuidar la biodiversidad y los nutrientes del suelo. Trabajan bajo un modelo de agricultura sustentable que, sin sorpresas, se ve precioso. Una selva ordenada y llena de colores. Duermes en cabañas con terrazas gigantes y vistas impresionantes de la selva (solo tienen 15 cabañas así que nunca te aturdirás y podrás desconectarte de todo y de todos), desayunas delicioso (tres tazas de café para empezar) y te consienten en el spa.
Chiapas, además de todo, es rico en cultura y Argovia no es la excepción. La finca cuenta con un museo de sitio en donde se exponen todos los vestigios de culturas prehispánicas que han encontrado a la hora de sembrar. Dichas piezas se exponen en conjunto con fotografías familiares sacadas de otros tiempos: la finca es un negocio familiar y por tradición, cada que un nuevo miembro nace, se siembra una ceiba en su honor.
Aquí una camina a su tiempo ya que andar por el hotel puede llevarte a espacios creados solo para ti: a un río, a una flor, a una taza de café. Argovia es un espacio que se siente y sabe rico.
Este viaje por Chiapas me recordó que si quieres que una cascada sea parte de tu historia, tienes que nadarla. Si quieres que la cima de una montaña sea parte de tus logros, tienes que subirla y, si quieres que el mar te moje, tienes que acercarte. Eso fue exactamente lo que hice: busqué nuevos espacios que me hicieran sentir tan viva que hasta las ganas de estudiar Biología Marina (o aviación) regresarán a mi vida. Chiapas, ¿nos encontramos otra vez?
¿Cómo llegué?
Para realizar esta travesía volé de la Ciudad de México a Tuxtla con Aeroméxico y regresé desde Tapachula con Volaris.
¿Con quién realizar esta aventura?
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