Siempre, desde que tengo memoria, había querido ir a Japón. Aún así, la realidad superó mis expectativas. Aquí hay una lista de algunas razones, porque escribirlas todas sería imposible. Habrá quien piense que ocho días son pocos para conocer lo mejor de un país, pero les diré que hay mucho que se puede lograr administrando bien el tiempo y el entusiasmo. Y con un pase de tren. TOKIO Primera comida del viaje: tazón de arroz con sashimi de fatty tuna (atún graso) y té (de cortesía) en el mercado de Tsukiji. Un manjar digno de los dioses de todos los tiempos. El atún más fresco y suave de la vida. Y el mercado es un espectáculo de colores, sonidos y comida desconocida, Matcha y wagashi (dulces tradicionales ex-qui-si-tos) en una hermosa casa de té en el centro del parque Hama Rikyu, hincados en el tatami y rodeados por un lago entre rascacielos. ¿Quién dice que no se pueden tener oasis de calma en medio de una de las metrópolis más grandes del mundo? Por cierto, hay que tomar la taza de té con una mano, pasarla a la otra, girarla, beber, en tres sorbos dar las gracias por la deliciosa bebida—¿al universo?—y volver a girar la taza. El dulce va primero. El jardín de los niños no-nacidos del templo Zojo-ji, con las esculturas de piedra de Jizo rodeadas de rehiletes de arco iris y con gorritos rojos tejidos en las cabecitas. Es un espectáculo. Tokio visto desde el cielo, desde la torre de Tokio de día, y desde el Sky Tree de noche. Espectacular. Los escaparates de Ginza. ¡Había uno interactivo con un oso polar gigante que se despertaba y se movía al presionar un botón! Hacer amigos inesperados al caminar por Asakusa hacia el templo, dar entrevistas a grupos de niños japoneses que estudian inglés y comer pan melón recién horneado (muy parecido a nuestras “conchas” mexicanas) de un carrito de la calle. Además de beber un latte con el dibujo más kawaii de un gatito, comer taiyakis (hotcakes en forma de peces rellenos de frijoles dulces, queso brie o matcha, por ejemplo) en la calle y cenar delicioso tsukiyaki, siguiendo las instrucciones de la cocinera japonesa, hincada con nosotros en el tatami (hay que meter la carne en el huevo crudo, y luego comérsela junto con los vegetales que se cuecen en el caldo… por si no les habían dicho). Paseo nocturno por Akihabara, deslumbrarse con sus luces espectaculares y beber una cerveza por ahí, para intentar procesar la cantidad de cosas dignas de las novelas de ciencia ficción que se ven en sus tiendas. Ramen. Comer ramen verdadero aunque de no-sé-qué-por-que-lo-esogí-de-la-foto. Y ya no sé donde.
MATSUMOTO Llegar a enamorarse de su castillo de noche—conocido como “Castillo Cuervo”, es un tesoro nacional de Japón, y uno de los pocos castillos medievales que se conserva en su estado original. Beber sake y comer botanas tradicionales en Sake bar Itoya. La dueña es la persona más amable del mundo. Y te deja escoger tu vasito de sale de una canasta, sentados en la barra. Tomar un baño tradicional japonés en el onsen del hotel. Sí, eso implica estar desnudo con otras personas desconocidas en un mismo cuarto, pero la relajación que se siente después de sumergirse en el agua caliente hace que todo lo demás valga %$&. Visitar el castillo de día. Tal vez aún más lindo que de noche. Visitar el museo de arte moderno (después de todo, ¡ésta es la cuna de Yayoi Kusama! Por eso los autobuses están cubiertos de puntos rojos). Pasear por el callejón de la rana “kaerú”. Realmente es una pequeña ciudad con mucho encanto, y se alcanzan a ver las montañas a lo lejos. Probar kobayashi sobas y carne cruda de caballo… ¡especialidad de la región! (y sabe muy bien).
OSAKA Visitar el castillo, destruido y reconstruido después de la segunda guerra mundial, pero maravilloso como museo de historia. Además hay que comer el helado de matcha que venden afuera. Nosotros caminamos desde el parque del castillo hasta Umeda, para subir al edificio Sky y ver la más impresionante cantidad de rascacielos juntos. Es un buen lugar para darse cuenta de lo pequeñito que es un ser humano y de la magnitud que pueden llegar a tener sus obras. Un mar de luces. El futuro de todas las otras ciudades del mundo, tal vez. Cenar ahí, en el restaurante Kiji, okonomiyaki. La cosa más deliciosa de la vida (una tortilla de huevo con col japonesa, una salsa especial y rellenos diversos: tocino, mariscos, etc.). Pero no cenen demasiado… porque después, al llegar a Donbori, se encuentra el paraíso de la comida callejera y la cantidad más impactante de anuncios espectaculares tridimensionales y multiluminosos. Es un lugar entre infernal y mágico, que ofrece todo tipo de exquisiteces. Y hay un paseo lindo junto al río si pasan a la trastienda de algún restaurante. La tienda Don Quijote de descuento, con todo lo que uno puede desear. No se le puede describir, sólo busque una y encuentre todo.
KIOTO Comer algo en la estación central, en la zona Porta Dining. Nosotros escogimos “Manshigo”, que sirve menús de combinaciones indescriptibles de preciosos alimentos misteriosos en cajitas, charolas y platitos. Ni idea de lo que comí, pero me encantó. Y la presentación era simplemente divina. Templo Nishi-Honganji, con su hermosa y colorida puerta Karamon y el templo Higashi-Honganji (en este nos tocó escuchar a los monjes rezar en una ceremonia). Cenar sushi—o lo que se les antoje de las miles de opciones—en la calle de Ponto-cho. Los preciosos y muy ricos dulces de Nikiniki, llamados yatsuhashi (dulces regionales tradicionales, pero con un toque moderno: escoges el sabor de la pasta, el sabor del relleno y luego te lo dan en forma de flor, en lugar del tradicional triángulo). Los templos Kikakuyi y Ginkakuji, conocidos como pabellón dorado y plateado, llegando por el camino del filósofo. Indescriptiblemente hermosos con los árboles de sus jardines coloreados por el otoño en tonos de arco iris. El maple japonés es el árbol más bonitos el mundo en otoño. El más. Ver Toji, la pagoda, de noche. Todos los colores del otoño en combinación con la iluminación del lugar, resultan en visiones irreales.